Una vez más, pedimos la colaboración de nuestro Cura-Párroco para hacernos reflexionar. En esta ocasión, se trata del tiempo litúrgico de la Natividad de Nuestro Señor.
Agradeciendo la colaboración de don Julián desde estas líneas, os invitamos a leer su escrito:
"Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto" Lc 1, 78
Quiero empezar esta reflexión con estas palabras del Benedictus, el cántico de
Zacarías, el padre de Juan Bautista, cuando nace su hijo y comprende que una
gran misión ha preparado Dios para este niño, “ser profeta del altísimo, porque
irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la
salvación y el perdón de sus pecados” Lc 1,76-77.
La misión de
Juan hace posible la tarea de Jesús, es ese un gran misterio en el que podemos
descubrir la forma de actuar de nuestro Dios, que necesita nuestras manos,
nuestras palabras, nuestro corazón para seguir obrando, hablando y amando en
medio de nuestro mundo de hoy.
Es esto
también una de las debilidades y grandezas de la Navidad. ¿Cómo puede depender
el nacimiento de Jesús del SÍ de una mujer, María? ¿o de la acogida que un
hombre, José, haga de su prometida? ¿Cómo puede depender la preparación del
Reino del anuncio de un hombre como Juan Bautista? ¿Cómo puede Dios haber puesto el anuncio del
evangelio en manos de unos hombres y mujeres como nosotros?
Es un gran
misterio que si lo pensáramos bien nos abrumaría; porque nosotros vivimos
desentendidos de esa responsabilidad, bastante tenemos con sacar nuestra vida
adelante; vivimos nuestra religiosidad como un elemento más, que nos puede dar
fuerza, tranquilidad de espíritu, paz interior, que nos lleva a encontrar
sentido a nuestra vida…, pero casi nunca la vivimos como una responsabilidad
social; a lo sumo, los que tenemos responsabilidades eclesiales o en una
hermandad, podemos vivirlo como un algo derivado de nuestro puesto, pero no
cómo un encargo que nos ha dado el mismo Dios, el día de nuestro bautismo, para
hacer que su Reino sea una realidad en los talleres, colegios, hogares, en el
campo y en la mar, en todos los ámbitos en los que se desarrolla la vida
humana.
Pero es así,
porque al igual que Dios necesita del sol para que de calor a la tierra y siga
haciendo posible la vida, también necesita de nuestro compromiso para que el
mensaje del evangelio no se quede en bonitas palabras, muy adornadas por los
cánticos de la navidad o muy emotivas en los pasos de Semana Santa.
Dios nos
necesita para seguir haciendo que los cojos anden, los ciegos vean, los muertos
resuciten y a los pobres se les siga anunciando la buena noticia; Dios nos
necesita para seguir amando y salvando.
Por eso la
Navidad es también un buen momento para renovar ese compromiso que Dios pone en
vuestras manos como grupo joven de la hermandad de la Soledad, un compromiso
que no es otro sino testimoniar de palabra y obra que este niño que ha nacido
es la Luz del mundo, el Emmanuel: DIOS CON NOSOTROS.
FELIZ NAVIDAD.
Julián Plaza, cura párroco.
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