Por Manuel Serrano García, miembro de la directiva de la Hermandad de la Soledad y diputado del Grupo Joven
“Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
Con estas palabras dirigidas a su prima Isabel, María proclama la grandeza de Dios, una grandeza a la que se llega por medio de lo pequeño, de lo sencillo. Ella no entiende por qué el Señor la ha elegido para llevar a cabo su plan de salvación, pero su “Sí” incondicional a “Aquél que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” hará que por medio de Ella se cumpla todo lo que habían anunciado los profetas, motivo por el cual tendría que ser recordada por todas las generaciones futuras.
María es la mujer que el Señor se preparó desde siempre para nacer, para hacerse uno más y ser igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Por ello, fue preservada de todo pecado desde el momento de su concepción, pues convenía que fuese pura la mujer que iba a ser Madre de Dios.
María es la puerta que nos conduce a Jesús. Se ha dicho que el mejor modo de llegar a Cristo es a través de María, pues nadie como ella nos puede enseñar a amar a Dios con un corazón humilde y sincero. “A Cristo por María”.
La humilde sierva del Señor es el mayor ejemplo de santidad al que pueden aspirar todos los que quieren seguir a Jesús, y para ello no es necesario realizar grandes hazañas a lo largo de la vida, basta con hacerlo todo por amor a Dios y a los hermanos, de manera sencilla y callada. El secreto está en saber esperar y confiar siempre en el Señor.
Hoy, después de dos mil años, María sigue desempeñando con esmero la labor que el mismo Cristo le encomendó desde la Cruz: ser Madre de la Iglesia. A ella han acudido, generación tras generación, cristianos de todos los rincones de la tierra. La multitud de nombres que recibe es muestra del cariño que el pueblo de Dios ha profesado desde el primer momento a la que siempre consideró como Madre. En su honor se han levantado ermitas, capillas, catedrales… Son innumerables las obras de arte que los hombres de todas las épocas han realizado para plasmar su belleza a través de la pintura, las letras, la música o la escultura.
Son muchas las devociones que a lo largo de los años han surgido para honrar la memoria de María. Una de las más populares es la dedicación del mes de mayo en honor a la Santísima Virgen. Se trata de una costumbre que comenzó hace muchos siglos. Ya el rey Alfonso X el Sabio invitaba a rezar ante el altar de la Virgen durante este mes, “el mes de la flores”. Él mismo compuso las famosas Cantigas de Santa María porque quería trovar a la “Flor de las flores”.
En la Italia del siglo XVI San Felipe Neri inició la devoción del mes de mayo como mes de María, animando a los niños a cantar y llevar flores al altar de la Virgen. Desde entonces no han cesado los homenajes de cariño y amor a la Madre de Dios durante los días de este mes.
Además, durante el mes de Mayo son frecuentes las romerías que se celebran en las distintas ermitas y santuarios marianos, para honrar a la Madre de Dios.
Algunas de las oraciones más hermosas que podemos rezarle a la Virgen durante este mes son: el Santo Rosario, el Regina Coeli, el Ángelus y las Flores, prácticas religiosas que tenemos que seguir impulsando para que no se apague nunca nuestro amor a María, enseñándolas a las nuevas generaciones para que también ellas aprendan a llamarla dichosa y “bendita entre todas la mujeres” porque supo ser humilde y depositó toda su confianza en el Señor.
Que el Beato Juan Pablo II nos ayude a amar a María como lo hizo Él, ofreciéndonos a Ella y diciéndole con él: “Totus tuus, ego sum” (Todo tuyo soy, María).
“En Caná de Galilea, cuando faltaba el vino, Tú, María, te dirigiste a los servidores, señalando a Cristo: “Haced lo que Él os diga”.
¡Dinos estas palabras a nosotros también!
Dínoslas siempre, incansablemente. ¡Oh Madre de ese Cristo, que es Señor también de este Siglo!
Y haz que nosotros, en nuestro difícil “hoy”, escuchemos a tu Hijo.
También cuando Él nos diga cosas difíciles y exigentes.
¿A quién iremos? ¡Él tiene palabras de vida eterna!”
BEATO JUAN PABLO II
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